Entre otros lugares, una habitación es una ventana
La tonada ha cesado, empieza otra canción que repite renglones que no envejecen. Las canciones como los días pasan para dejar un instante resplandeciente en medio de tantos otros enumerados por cifras efímeras; en nuestra cabeza incandescente va caminando algún recuerdo en este momento, y quizás sea ese, el que detenga el tiempo y nos salve.
He dejado las ventanas de la computadora abiertas, ahora algunas asoman con mensajes y correos, la vida ha cambiado y nos sumergimos en nuevos rituales que nos aíslan aún más del mundo y sus rutinas. Desde las otras ventanas, esas las primigenias que dan a la calle, la gente camina con nueva indumentaria, y las noticias anuncian la nueva realidad. He estado inventando el pasado con la ingenuidad del humano que cree en el futuro, en ese “mañana será otro día” porque se miente el que no espera nada y se miente el doble porque espera más. Han pasado días y meses, en los que el confinamiento a raíz de la Covid 19 han nutrido las horas con desasosiego para muchos, incertidumbre para otros tantos, los cambios han sido innumerables, y golpean, golpean porque pasan como frotando los dedos, golpean por determinadas ausencias y rostros, por caminos que se deshacen y viajes que dejan detenidos los vestidos colgantes y el mar, golpean porque el trabajo cavila sobre un escritorio y los gastos no cesan.
La ciudad es una criatura con muchos rostros, todos desiguales, muchos de esos rostros palidecen ante los otros. Cuenta la historia de la ciudad que Bogotá ya había sufrido una pandemia, la pandemia de la gripa española de 1918 fue la primera en azotar cada rincón de la ciudad, llegando incluso a municipios vecinos y al departamento de Boyacá donde tuvo gran incidencia, muchos de los fallecidos eran infantes entre los 4 a 6 años de edad, esta pandemia se extendió durante un año, y vino a desparecer paulatinamente dejando por el camino la muestra de la indiferencia y la perplejidad. Pasado poco más de un siglo henos aquí replanteándonos la vida, esta vez en una ciudad que ya no tiene los 125.000 habitantes de aquellos años, porque sabemos que Bogotá ya ha superado los 7 millones de habitantes según el último censo. Esta vez la pandemia ha estado en todos los estratos, y pese a los avances científicos de nuestros días, se ha ido acomodando mes a mes como un invitado inesperado que se aferra al sofá y por más que hacemos muecas para que se vaya, éste cruza la pierna y se apropia un tanto más.
La ciudad criatura de tantos rostros, nos enseña otro más mientras enarbola la bandera de la amnesia.
Abro y cierro ventanas, en una de esas tantas, me cruzo de un lugar del mundo a otro, en lo virtual se adquiere el don de la ubicuidad y no está mal tenerlo, ya en casa la historia es otra, solo voy de la cama al living como dice Charlie, sientes el encierro. Me han preguntado en una de esas ventanas un vecino del otro lado de la pantalla, cómo me siento, — y digo bien — porque si hago una mirada retrospectiva, puedo ver y sentir la vida como un pájaro que tiembla, pero no se suelta de la rama sino es para volar más lejos. Consciente de la oscuridad atiendo la voz de los seres con los que trabajo, paso de una página a otra, mi alma adora nadar entre papeles, allí la desnudez se hace en soledad, y aunque extraño ciertos rituales de la mundanidad, de puertas para adentro el ser humano es solo ese ser que atiende entre la timidez del grito partes de sí mismo en silencio.
Ignorando el mañana solo somos hombres y mujeres que recorremos la corta aventura del vivir y pastorear abismos. La enfermedad, uno de los más complejos que recorremos, ahora nos reduce a lugares como ventanas, pero no hay que olvidar el inmenso continente que tienen nuestras manos al escribir o al dar.
Si la realidad supera la ficción dejaré que mis gatas me narren cuentos, mientras alguna canción suena o simplemente creeré que uno de los libros de la biblioteca se parece a mi vida, o algún recuerdo, y sonreiré con la paciencia de un calendario al que solo puedo darle reverso con mis ojos y sonreiré con la esperanza de ser solo una pasajera.