Roald Dahl, el niño explorador
El padre de Roald Dahl perdió su brazo izquierdo en su natal Noruega a los 14 años, luego de que un doctor ebrio confundiera su fractura con un hombro dislocado. Pero esta discapacidad no lo intimidó. Se fue a París con su hermano y luego a Llandaff, Gales, para desarrollar una exitosa carrera como armador naviero. En 1920, con 52 años, Harald Dahl moriría de pulmonía, dejando a la madre de Roald a cargo de cinco niños que mantener. Pero esta situación tampoco intimidó a la viuda. Su meta era que Roald estudiara en una escuela inglesa.
Y así fue. Dahl pasó por la estricta educación de los internados ingleses, lo que representó una infancia marcada por los abusos de sus tutores, pero también por las más emocionantes aventuras en su niñez. Estas experiencias serían las primeras bases para su imaginario literario, poblado de personajes perversos y niños excepcionales y heroicos.
Algunos creen que nuestro destino está marcado desde el momento en que recibimos nuestro nombre de pila. Roald recibió el suyo en honor a Roald Amundsen, el explorador noruego que conquistó el polo sur. Quizás por eso, tras salir del colegio Roald decidió, en vez de ir a la universidad, unirse a la petrolera Shell para recorrer África.
Hay que decir, no obstante, que sin ese espíritu aventurero difícilmente hubiera podido crear personajes como James, quien atravesó el océano en un durazno gigante con una tripulación desquiciada; o como Matilda, quien desafió a su propio padre y a la directora de su colegio, ambos seres despreciables; o como Charlie, quien tuvo que soportar muchas privaciones, pero que con su buen corazón y su resiliencia se hizo merecedor de toda una fábrica de chocolate.
Un escritor cuyas exploraciones lo llevaron a narrar a la infancia de una manera única, abordando temas como la crueldad, la ternura, la autoridad y la rebelión con una pasión y emoción que sigue marcando a lectores de todas las edades.
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Los fantastibulosos mundos de Roald Dahl
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Charlie y el gran ascensor de cristal
El señor Wonka ha decidido ceder a Charlie su gigantesca y fabulosa fábrica de chocolate. Acompañado por su familia y para hacerse cargo de la fábrica, se monta en un gran ascensor de cristal que sube y sube hasta entrar en órbita. Allí, en el espacio, encuentra seres monstruosos y vive maravillosas aventuras.
James es un niño huérfano que vive con dos tías muy severas que le hacen la vida imposible. Pero un día, un extraño personaje le regala un cucurucho de bolitas mágicas que hacen crecer sorprendentemente al viejo melocotonero del patio. Montado en un melocotón gigante, James inicia un viaje fascinante por el mundo entero.
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Una cuidadosa y escalofriante selección de nueve cuentos, de nueve escritores de diferentes parte del mundo que nos dan una muestra de las diversas interpretaciones y visiones del miedo. Este libro hace parte de la colección Palabras Rodantes y aparece en MakeMake por cortesía de Comfama y el Metro de Medellín.