Imágenes que hablan
Antes de la llegada de Cristina Castro, promotora de Lectura, Escritura y Oralidad de la Biblioteca Virgilio Barco, Mercedes, Myriam, Yuleny, Narcisa, Martha, Luz Myriam y un grupo variado de trabajadoras de la Clínica Santo Tomás pasaban los viernes realizando sus tareas habituales. Con Cristina llegaron libros, colores, materiales e historias y se fueron disipando dudas, temores y prejuicios.
Los 114 espacios de BibloRed son escenarios de creación, lugares de equidad, diálogo y acceso al conocimiento. Espacios abiertos para todos con actividades gratuitas variadas en temáticas y enfoques. Sin embargo, a veces, los lectores, eje central de la apuesta de BibloRed, no pueden llegar a las bibliotecas por diferentes condiciones. Cuando eso pasa la biblioteca se extiende, los libros y promotores atraviesan muros para encontrarse con futuros lectores, escritores, editores e ilustradores.
Como parte de esa extensión, la Biblioteca Virgilio Barco llegó a la clínica Santo Tomás, especializada en salud mental y farmacodependencia. La alianza comenzó por los pacientes; la palabra, escrita y hablada, fortalece su tratamiento médico a partir de RBC, rehabilitación basada en comunidad. Por medio de diferentes procesos artísticos y culturales de terapia ocupacional se facilita su tránsito de inclusión a la sociedad. Los libros se convierten entonces en herramientas sanadoras, incluyentes.
La clínica, además de su misión con el público, busca generar bienestar, buenos hábitos físicos y mentales en sus colaboradores, esto se traduce en abrir espacios en el trabajo diferentes a la labor. Mercedes, Myriam, Yuleny, Narcisa, Martha, Luz Myriam y el resto del equipo de mantenimiento y servicios generales de la clínica conoció a Cristina con este propósito, generar bienestar, mejorar sus capacidades comunicativas.
Lo que empezó con Cristina leyéndole a un grupo cansado y somnoliento arrullado por su voz, se convirtió en una experiencia de creación de libros ilustrados. Para Cristina la labor de un promotor es esa, entender las necesidades de los participantes, su contexto y sus habilidades y trabajar desde ahí, activarlos. Promover la valentía, la confianza, el atreverse a crear, disfrutar y divertirse. De lectoras pasivas, las asistentes del taller de Cristina pasaron a leer activamente, escribir historias e ilustrarlas con diferentes técnicas.
La noción del libro y las capacidades propias se modificaron a medida que los talleres avanzaban. El género biográfico fue el detonante para comenzar a escribir y entender que las historias son valiosas sin importar dónde pasen o quién las cuente. A partir de los libros álbum entendieron varias formas y técnicas de ilustración, de acompañar los textos con imágenes. Cristina les mostró referentes: collage en tela, recortes, fotos, imágenes conceptuales, ilustración clásica.
El proceso empezó con varios ejercicios de exploración creativa, después la escritura de historias. En sesiones posteriores definir, a partir de ejemplos, el papel de la imagen dentro del texto: si la imagen es complemento entonces se trabajaba lo simbólico, la imagen tenía que decir más de lo que dice el texto. Si la imagen es una subordinada del texto entonces contaba lo que está allí.
Cada una encontró e ilustró con la técnica con la que se sintió más cómoda: tejer, coser, recortar, doblar, dibujar. En el proceso de creación trabajaron lo simbólico también tomaron decisiones editoriales como el formato, la selección del papel, el número de páginas y la disposición de los textos para sus libros. Todas las ilustraciones las hicieron con recursos y materiales que estuvieran en la clínica.
En este momento Cristina está produciendo los libros para mostrarles los resultados al grupo; los aprendizajes, sin embargo, ya están claros. Todas están de acuerdo en que contar e ilustrar sus historias les permitió darse cuenta del valor que tienen como seres humanos, que pueden expresarse y su opinión y perspectiva son importantes.
“Tuvimos la oportunidad de contarle algo a otra persona de forma escrita, algo que no habíamos podido contar o que teníamos muy reservado. Ella, Cristina, leía lo que escribíamos, no nos juzgaba, nos corregía y nos daba ánimo. Al final uno se desahoga con alguien que tal vez no distingue, pero le genera la confianza suficiente para contarle algo de su vida.”
“A veces uno no cree, se siente incapaz, dice yo no sé, no me sé expresar, qué voy a hablar en público, no lo puedo hacer. Cuando se da la oportunidad de hacerlo, ¡juepuerca!, sí fui capaz. Después de un tiempo nos dimos cuenta que sí tenía sentido lo que estábamos escribiendo. Somos capaces de hacer muchas cosas que no pensamos que podíamos hacer.”
El aprendizaje es en doble vía, durante los talleres Cristina reafirmó la verticalidad de los procesos de formación. “Antes de cualquier cosa, somos seres humanos, personas, y las personas quieren ser escuchadas. Más allá de ir a leerles, ir a enseñarles lo que sea, todos quieren ser escuchados y tratados como seres humanos que tienen emociones, que sienten, que tienen problemas, que lloran.”
Mercedes, Myriam, Yuleny, Narcisa, Martha, Luz Myriam y el resto de las asistentes ahora son autoras de libros que están siendo producidos, se imprimirán y estarán disponibles para consulta en la Biblioteca Digital de Bogotá. Aunque el proceso con Cristina, la extensión bibliotecaria, terminó, cada una de las asistentes quedó con las nociones básicas para ilustrar, leer y escribir. En el proceso de construir su propio libro álbum se apropiaron de sus historias y sus habilidades. En ellas quedó la curiosidad, la semilla de cómo será, qué pasará, de qué soy capaz. Lo que empezó con libros, terminó con libros: ahora escritos por las que hace unos meses solamente eran lectoras.
Si quieres conocer algunos de los libros hechos en la clínica, que se encuentran en la Biblioteca Digital de Bogotá, haz clic en los siguientes enlaces:
Mi corazón es tuyo - Lidis Jaimes
A los futuros lectores de estos libros
por Cristina Castro, promotora de Lectura, Escritura y Oralidad de la Biblioteca Virgilio Barco
Pienso en lo que a las personas que lean estos libros —y sean tan valientes de leerlos antes o después de la presentación— les gustaría encontrar. Y siento que solo desde mi experiencia como lectora podría imaginar tal cosa. Luego aparecen un montón de ideas y al mismo tiempo ninguna. Entonces prefiero no contar nada, eso me encanta: no tener la intención de contar algo para luego llenar de palabras el espacio. No contar, por ejemplo, que fueron un grupo variable en número, edades, gustos y sueños, de señoras que se atrevieron a creerse el cuento de creer en ellas, de hacer su propio libro ilustrado, de atreverse a escribir, a contar sus historias de vida y dibujar, pintar, coser, doblar papel, recortar y pegar, amalgamar, y convertir una hoja, un lápiz, un marcador, una crayola, un trozo de lana o tela, una vieja fotografía, en una imagen que hablara.
Lo que sí quiero contarte, lector, es que los libros que usé para ejemplificar, frente al grupo de señoras, la manera en que podían escribir una historia e ilustrarla, fue de una técnica a otra, de un tema a otro y de un estilo a otro. Entre ellos encontramos el tronco de la poesía, la fruta de las imágenes, los caminos del cuento, las hojas del collage, los sellos y la tinta, el origami, las figuras geométricas y las aves del libro ilustrado. Porque caminamos por un bosque desconocido juntas durante un poco más de seis meses y logramos encontrarnos a nosotras mismas en él con la ayuda de estos bellos libros amigos: Gracias conejito, por una tarde maravillosa de Jimmy Liao, El tiempo de mi casa de Samuel Castaño Mesa, ¿Adónde van los días que pasan? de Óscar Domínguez Giraldo, Donde yo vivo de Frances Wolfe, Las pulgas en el jardín de Beatrice Alemagna, Emociones de una línea de Menena Cottin, Una Ciudad mentirosa y otras poesías de varias cosas de Melina Pogorelsky, Abecedario del cuerpo imaginado: 27 Haikus de Mar Benegas y Guridi, El autobús de Rosa de Fabrizio Silei y Maurizio A.C. Quarello, Dos círculos centrados de Alejandro Magallanes, Formas de Claudia Rueda, Un libro de Hervé Tullet, Amelia Earhart de María Isabel Sánchez Vegara y Mariadiamantes, Flicts de Ziraldo, El muro de Angèle Delaunois y Pierre Houde, Los siete hermanos chinos de Rodolfo Castro y André da Loba, Pluma de Isabelle Simler, Monstruo rosa de Olga de Dios, El globo de Isol, Selma de Jutta Bauer… y muchos más. Todos estos reposan ansiosos por ser abiertos en las salas de las bibliotecas públicas de Bogotá para que puedas creer y crear.