Zapatos que han dejado huella: la historia de las zapaterías del Restrepo
El Restrepo ha sido reconocido siempre como la casa del calzado en Bogotá, por eso, en esta segunda temporada del pódcast Bibliotecas Humanas de BibloRed, los vecinos del sector nos cuentan cuál es la historia de esta industria en el barrio y cómo los saberes se han transmitido por generaciones de familias y conocidos en el sector.
Escucha sus historias y viaja por los sonidos, dichos y conocimientos de este territorio capitalino en estos cinco episodios de ‘Zapatos que han dejado huella’. Angie Milena Espinel Meneses, una joven de familia zapatera, narra cada detalle de su vida en los talleres de zapatería de sus abuelos. Ella, no solo cuenta parte de la memoria familiar que lleva a cuestas, también repasa el nacimiento del barrio Restrepo como uno de los sectores manufactureros más famosos de la capital.
Martillos, clavos y máquinas de coser, Angie describe cómo es el proceso de fabricación de un par de zapatos y, por supuesto, los secretos que hay detrás de su venta. Como usuaria de la Biblioteca Pública Carlos E. Restrepo de BibloRed, su sentido de pertenencia con la localidad Antonio Nariño la lleva a contar por qué esta es insignia a nivel nacional en la fabricación del calzado.
Episodio 1: Caminando por el Restrepo
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Episodio 2: Aprender haciendo zapatos
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Episodio 3: Detrás de los zapatos
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Episodio 4: Comprar y vender calzado
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Episodio 5: Más allá de un par de zapatos
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- Transcripción
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Cabezote: Bibliotecas Humanas, voces y memorias de nuestra historia. Veci, vecino, venga y le cuento un chisme: ¿usted sabía que el Restrepo es un lugar de muchas historias? Pues BibloRed presenta zapatos para dejar huella al caminar
Voz y libreto: Angie Milena Espinel Meneses
Acompañamiento y corrección de estilo: Leidy Katherine Motta Galván
Edición, producción y grabación: David Fernando Rocha
Dirección: Isabel Salas, líder de comunicaciones de BibloRed
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EPISODIO 1: Caminando por el Restrepo
NARRACIÓN: Venga le cuento una historia, hace muchos años, en el barrio El Restrepo, solo existía una tierra plana, con un hermoso río al que ancestralmente se le llamó el río Fucha, que en lengua muisca significa “la diosa del agua”. Desde el lugar donde ahora está la biblioteca Carlos E. Restrepo se podían mirar a los lejos las montañas verdes y majestuosas, que enmarcan el paisaje en el sur oriente de nuestra ciudad.
A Bogotá migraron personas de diferentes partes de Colombia. Algunas llegaban a barrios cercanos al Centro, otras se fueron a pueblitos como Bosa, Usme, Suba, Fontibón, Engativá, Usaquén y Soacha. Aunque se dice que las primeras, primeras zapaterías se ubicaron en el barrio Chapinero, el barrio Las Cruces y el barrio Restrepo también se conocieron como ¡BARRIOS DE ZAPATEROS!Mi abuelo Justo y mi abuela Carmen llegaron a vivir a un inquilinato ubicado en el barrio Las Cruces, donde además de amor, aprendieron el arte de la zapatería, que luego le enseñaron a sus hijos chiquitos entre juegos y la cotidianidad de la vida.
En las Cruces se vivía como en una fiesta, la variedad de acentos hacía música, las personas caminaban y corrían en busca de una oportunidad de trabajo, y así entre vecinos no se conocieran, se compartía el sancocho y el juego de tejo como si fueran una gran familia. No se sabe cuántas zapaterías existieron en el Las Cruces, mi papá recuerda, que por allá en los años de 1970, habían como 30 zapaterías, cinco de ellas quedaban en la calle del Diablo, que no le decían así porque viviera allí Lucifer, sino porque era un callejón oscuro y angosto, en donde las casas en ruina tenían grietas tan profundas, que permitía salir el olor del cuero y del pegante; los arrumes de hormas y zapatos, simulaban entre luces intermitentes, las siluetas de seres misteriosos; las tejas de barro que en ocasiones colgaban del techo, caían en las madrugadas, mientras los gatos maullaban.
Algunas familias que vivían en las Cruces migraron al barrio Restrepo y sus alrededores, porque como recuerdan vecinas, sobre el río Fucha se ubicaron las primeras curtiembres de cuero y en el Restrepo se abrieron locales de insumos y materiales para la fabricación de zapatos, carteras y productos de marroquinería. Desde esas épocas el barrio empezó a ser muy reconocido por los ZAPATOS.
Por ahí cuentan que varias familias construyeron sus casas con los materiales que tenían a la mano: madera, teja y después ladrillo, pero también metió la mano el estado, desde 1929 ya se anunciaba en el periódico, un programa de viviendas para obreros y trabajadores, en el área que después se llamó: Barrio Carlos Eugenio Restrepo. Algunos dicen, que disque esas calles diagonales cerca al Parque de la Valvanera, las trazaron unos arquitectos de la oficina de Obras Públicas de Bogotá, quien sabe! .
¡Ay se fue el hilo!, ¿en qué estábamos?, ¡ahh sí, ya me acordé! Una de las primeras familias que empezó a vender insumos para fabricar calzado fue ¡LA FAMILIA MONTAÑO! Una familia que llegó desde Popayán al barrio San Antonio y luego compraron el lote para construir la casa en el barrio Restrepo, allí, cuatro generaciones han vivido y trabajado en el almacén que tiene el mismo apellido de la familia: “INSUMOS MONTAÑO”. Si supiera, ese almacén es el más tradicional, allá iban mis tías y mi papá a comprar los encargos de mis abuelos. Es reconocido por muchos trabajadores del calzado y la marroquinería de Bogotá, porque venden al menudeo.
En la fachada hay dos carteleras que funcionan como una bolsa de empleo para zapateros y trabajadores del arte de la zapatería y el calzado en general. Cuando se necesita trabajo, vender maquinas, talleres, o lo que se le pueda ocurrir para fabricar zapatos y carteras, ahí usted llega coge un papel, un marcador, escribe y pega el aviso en la cartelera. ¡Pueda que lo llamen o pueda que no, hay que ver!
¡Ah! y como si fuera poco, la fundadora del almacén, la señora Obdulia Villaquirán de Montaño, trajo la primera máquina de guarnecer calzado al barrio y hasta sus 109 años, siguió siendo una raíz fundamental para la producción y comercio de calzado en el Restrepo.
Hubo familias que llegaron a arrendar piezas en donde dormían y trabajaban a la vez, adecuaban el taller artesanal de calzado entre los espacios de la casa. Don José, el gran carpintero amigo de los zapateros, recuerda que en una habitación estaba la cama, la máquina de guarnecer, la mesa de noche, el burro y la mesa de cortar cueros, funcionaba todo en combo. La venta de zapatos se hacía en la calle, se ponían mesas afuera de las casas y uno iba caminando en medio de un paisaje lleno de zapatos, cordones, colores, aromas de pegantes y cueros. Han cambiado las casas y ahora hay más edificios, pero el paisaje entre zapatos se ha mantenido hasta hoy.
Mi papá recuerda que en la casa familiar en el barrio Las Cruces dormían acompañados de docenas de zapatos, nunca solos, siempre había pares de hormas en madera al lado y lado de la cama, con el cuero se armaban carpas y con las suelas se jugaba a las carreras de carros.
Con el tiempo, en las casas se fue adaptando un espacio para el taller, podía ser en el patio o en el local que tenía puerta hacia la fachada, para poner el almacén y vender los zapatos. El taller que recuerdo de mi abuelo, era como un cubo mágico, con dos paredes en ladrillo, dos en estructura de madera y teja de zinc. En la cubierta había una entrada de luz en teja traslúcida que dejaba pasar los rayos del sol, justo sobre el asiento de mi abuelo a quien le decían “Tacón sencillo”, porque eso si zapatero que se respete, tiene su apodo; en el centro del techo, al lado del bombillo colgaban dos hormas de madera para pie de niña y dos zapatos chiquitos.
Los colores del taller eran cálidos, al frente del asiento había un burro, pero no con orejas, ni hocico grande, si no el mueble donde se ponen las hormas y los zapatos; al frente había una mesa de corte con un queso, que no era de leche. En la pared estaban colgados los moldes de zapatos hechos en cartulina. Al lado opuesto, había rollos de cueros, una torre de papel periódico viejo y una montaña hecha de costales llenos de zapatos, recuerdo que me gustaba escalar y llegar a esa cima.
Antes no sabía que ese paraíso era un taller de calzado artesanal, ahí las manos de mi abuelo y mi abuela se llenaban de magia para hacer tareas de zapatos, esos objetos que cubren nuestros pies y que se volvieron indispensables para dejar huella al caminar…
EPISODIO 2: Aprender haciendo zapatos
NARRACIÓN: Aprender a hacer un par de zapatos es como estar en una clase de arte, tiene un proceso de creación manual artesanal, se va aprendiendo mientras se observa y se hace. El trabajo lo puede realizar una sola persona, pero generalmente lo hacen varias. En el barrio Restrepo y en los barrios cercanos como El Olaya, Quiroga, Centenario, Santander, La fragua, Gustavo Restrepo, San Antonio y otros, hay familias enteras que se dedican a trabajar fabricando calzado. Cada persona se especializa en un oficio manual o aprende a manejar la máquina de guarnecer o la pulidora. Primero hace lo que le toca y luego, mientras va cogiendo cancha con la experiencia, se da cuenta qué aprendió a hacer mejor y decide a qué se quiere dedicar.
El taller o la fábrica donde se hacen zapatos, muchas veces es un espacio adaptado en casas y va cambiando de acuerdo a la cantidad de personas que trabajan, ya hoy en el barrio Restrepo hay talleres y fábricas muy consolidadas y organizadas con nuevas máquinas, pero igual mantienen procesos manuales que son tradicionales.
Hay varias formas de aprender a hacer zapatos, unas de las más tradicionales son a través del día a día en la casa familiar y también se aprende trabajando en un taller o fábrica, empezando como ayudante o aprendiz.
En el taller o fábrica de calzado Ardipiels, ubicado en una de las calles que está entre la iglesia y el parque de la Valvanera, tuve la oportunidad de ser aprendiz de la aprendiz de la ayudante de guarnición. Iba aprendiendo y embarrandola en medio de la cotidianidad del trabajo en familia. La señora Flor, su esposo, su cuñada, sus nietos, fueron los que me dieron la oportunidad de compartir en el taller, para aprender haciendo.
La abuela, la cuñada y la nieta me enseñaban todos los días técnicas y trucos para aprender a untar un líquido que tiene por nombre solución, y este fue literalmente la solución a muchos de mis errores. Cuando me equivocaba con las tareas ¡sufría!, pero me acordaba de la frase de mi papá “para cada corte hay solución” y allí sonreía porque en efecto, este tipo de pegante ayuda a unir los cortes, antes de pasarlos por la máquina de guarnición, a veces permite despegarlos para volver a untar, y dependiendo el material si se unta por donde no es, se puede limpiar.Era divertido ver el baile de mis manos para doblar y martillar los cortes, al ritmo de la música navideña que sonaba en la emisora. Veía a la señora Flor sentada frente a la máquina singer, guarneciendo las tareas que terminábamos de doblar; al fondo en la mesa de corte estaba don Mario cortando muestras de calzado; atrás mío veía al nieto hacer castillos con cajas de zapatos y al lado, estaba Valentina, remachando los taches de las botas que iba estrenar.
Mientras estábamos trabajando en la fabricación de calzado se formaba una coreografía de manos, con movimientos distintos de acuerdo al paso en el que estaban las partes de los zapatos. Aunque son movimientos repetitivos, para el corte, la guarnición, la soldadura y el finizaje; los ritmos, los golpes y peripecias van cambiando. Un día cuando sentí que ya había aprendido a martillar punteras en charol, me tocó martillar capelladas en cuero, ahí me di cuenta que parecía igual, pero la técnica y la fuerza era otra. Incluso el pegante y las formas de untarlo cambian según la parte del zapato y el material. Aprendí cuatro técnicas distintas de untar pegante en los cortes de botas, y eso es super importante!
Cuando escuchaba las explicaciones pensaba que la iba hacer bien de una, pero pasaba lo contrario. Mi tía Eliza me decía que el arte de la zapatería estaba en mis genes, ¡pero no! entre más hacía, era más consciente que son conocimientos que requieren concentración, coordinación y que solo se aprenden con muchaaaa práctica y experiencia.
Como dice la canción, tomábamos onces antes de las 11. Alguna bajaba a comprar el tinto o la aromática, mientras la señora Flor me enseñaba a prender el horno de pegar las suelas, para calentar ahí los pasteles o las empanadas. Las primeras veces me daba la sensación que las empanadas iban a tener sabor a suela, pero no, así que me encantó aprender de la temperatura del horno de las suelas, sintiendo el calor en las empanadas.
Mi abuela y mi abuelo como muchas otras personas que trabajan en el arte de la zapatería, aprendieron haciendo y deshaciendo todos los días en el taller de la casa. Mi papá recuerda que aprendió del oficio jugando con mis tías. Llegaba del colegio y a diferencia de otros niños y niñas, ellos tenían dos “tareas” las escolares y las tareas de zapatos; porque cuando se empieza a fabricar calzado, se realiza por “tareas”. Entonces una tarea corresponde a una docena de pares de zapatos y dependiendo el oficio, se puede hacer una tarea de corte, una tarea de guarnición, o una tarea de montaje y así.
Mi papá aprendió a entender las matemáticas y las formas geométricas diferenciando hormas por su número y dividiendo cueros en decímetros o pies cuadrados, para aproximar cuántos pares de zapatos podían salir de cada vaqueta.
Mis tías se acuerdan que en una época, debajo de las camas donde dormían estaban los cueros, debajo de la escalera estaba la máquina de guarnecer, del cielo raso colgaban las hormas y en la mitad de la sala no había sofá sino una mesa de cortar cueros para zapatos. Así la casa era el espacio de múltiples actividades; además de dormir, comer y jugar, era una escuela taller para aprender el arte de la zapatería.
EPISODIO 3: Detrás de un par de zapatos
NARRACIÓN: Alguna vez se ha preguntado ¿Cómo se hacen los zapatos que tiene usted puestos? De mis días como aprendiz de ayudante de la ayudante de guarnición, con la maestra guarnecedora, la señora Flor, confirmé y pude entender que para empezar a fabricar zapatos, hay varios pasos. El primero, es el “EL DISEÑO”, en donde se diseña el modelo de zapato que se quiere, sin embargo, en el Restrepo e incluso en otros barrios de Bogotá, también se adaptan o se replican diseños de zapatos ya existentes, es algo muy común!. Por ejemplo, están los zapatos caracas, las baletas, los mafalda, los cocacolos, las botas doctor martín y una infinidad de modelos que hemos usado durante muchos años y que hacen que venga gente de otras partes a comprar zapatos.
El segundo paso es conocido como “EL MODELAJE”, aquí se piensan y se dibujan los zapatos, por eso hay zapateras y zapateros que se especializan en dibujar proporcionalmente las piezas sobre cartulinas y sacar los moldes. Para esto se necesita mucha cabeza y precisión, porque cada dibujo va cambiando de acuerdo a la medida de las tallas de los pies, y cada diseño requiere su molde. Antes, mi abuelo y mi tío Marcos se las arreglaban y hacían los dibujos para sacar los moldes en cartulina, pero luego se los mandaban hacer a un señor que había aprendido en una fábrica del Restrepo.
El tercer paso es “EL CORTE”. Mi abuelo, le enseñó a mi tío Alfredo como poner los moldes de cartulina sobre los cueros y luego cortarlos con una cuchilla. El cuarto paso, “LA GUARNICIÓN”. Es básicamente unir el rompecabezas para armar los zapatos con los cortes de cuero. Cuentan que mi abuela empezaba su jornada laboral guarneciendo calzado,y cuando llegaban mis tías, mi tío y mi papá del colegio, mi abuela que tenía el proceso de hacer zapatos en la cabeza, organizaba las actividades y le ponía a cada uno, una tarea. Mi tía Yanet y mi tía Eliza untaban pegante y doblaban los bordes de los cueros, mi tía Edith martillaba los bordes sobre una base de plancha, de esas con las que se plancha ropa. Después, mi abuela pasaba la costura para empezar a unir los cortes o piezas de los zapatos.
Cuando era niña veía a mi abuela sentada en la máquina de coser o de guarnecer zapatos, que estaba ubicada debajo de la escalera. Ella había perdido un dedo de la mano derecha, recuerdo estar a su lado, viendo su mano iluminada por el bombillo de la máquina, pasando y pasando cortes de cueros, que iban colgando a medida que quedaba la costura. Cuando estuve como aprendiz de ayudante de guarnición con la Flor sabia de la zapatería, entendí que es un trabajo especializado, que implica conocimientos y saberes específicos que solo se aprenden en la práctica, untando pegante, doblando y martillando todas las veces posibles, para perfeccionar y dejar las mejores terminaciones en el calzado. Una destreza que aunque no parezca, requiere inteligencia.
Ya en el proceso de “MONTAJE” de calzado; con los cortes de cueros guarnecidos, mi abuelo se sentaba en el taller y empezaba a ponerlos sobre hormas de madera, martillando con tachuelas daba forma tridimensional a los zapatos. Las tachuelas son como puntillas chiquitas. Me acuerdo que mi abuelo se las metía en la boca y de niña me imaginaba que sus dientes eran lanzas metálicas que bailaban, y por eso no le incomodaba tener una manotada de tachuelas sobre la lengua, cada vez que iba a montar un zapato.
Ahora veo que es una práctica que usan varios zapateros en el momento de montar el calzado, pues van sacando una por una esas tachuelas de la boca, para plasmar en cada zapato su palabra y sabiduría.
En el proceso de la “SOLADURA”, se pone la suela, algunas se pegan con hornos de madera al calor, Don Silvio contando como se pega la suela al zapato. ¡Ayyy! Lamentablemente esta forma se ha perdido, ahora hay hornos más sofisticados y una máquina especial que pega la suela al zapato, con calor.
Por último está el “FINIZAJE”, conocido también como emplantillado, acá es donde se embellecen los zapatos, se engallan y quedan listos para que la gente los calce y los use al caminar. En el taller del abuelo, mi tía cortaba las pequeñas hebras que quedaban en algunas costuras, limpiaba los zapatos, les echaba betún y les ponía los cordones. Mientras tanto con la prima Claudia armabamos bolas con papel periódico, estas bolas deformes y arrugadas se hacían para meterlas en la punta de los zapatos y ayudar a que no se deformaran; pero nosotras, queríamos que las imágenes y las palabras que estaban en las páginas del periodico desaparecieran y como arte de magia se transformaran las malas noticias en bolas de alegría.
EPISODIO 4: Comprar y vender calzado
NARRACIÓN: Finalmente, cuando los zapatos están terminados quedan listos para caminarlos; quienes vivimos entre la fabricación del calzado, muchas veces salimos del taller o la fábrica con los zapatos puestos. Pero para quienes los compran, se le tienen varias opciones, pueden ir y comprarlo en los almacenes de calzado, donde las paredes, los estantes y las cajoneras exhiben infinitos modelos de zapatos que se vislumbran desde las calles.
En el Restrepo hay tantos almacenes de calzado, que uno pierde la noción del tiempo a la hora de comprar. Cuando trabajé vendiendo zapatos en un pasaje comercial, entendí que elegir el par de zapatos correcto, no solo implica una relación de intercambio que aporta al sustento económico de productores locales; si no que, comprar un par de zapatos, es también una decisión llena de significado para la imagen personal y la identidad de quien los va a caminar, ya sea para uso cotidiano o para una ocasión especial.
Uno de los almacenes más antiguos y reconocidos es Calzado De lujo, y la verdad es que el nombre le queda perfecto, porque el local y los zapatos que ofrecen son un lujo… Doris hablando de los zapatos que vende. en qué material, hace cuantos años.
En cambio para los fabricantes que no tenían el lujo de tener un local como mi abuelo, había otras formas para vender zapatos. Cuando era niña, veía a mi papá llegar algunas noches de domingo, con un bulto en el que entraban alrededor de 40 pares de zapatos. Mi papá y mi abuelo amarraban el costal, lo colgaban al hombro y salían al terminal de buses en el Salitre, para ir los días de ferias o de mercado a diferentes pueblos.
A veces abría el costal y me imaginaba que era como una bota mágica, en la que podía entrar y teletransportarme a la feria de algunos pueblos que ellos visitaban.
Mi papá contando a dónde iban , por lo general Chiquinquirá, Tunja…. a quien vendían
En esos días en los estuve de aprendiz en el taller, con la señora Flor Silva, quien es una sabia del arte, fabricante con su esposo Mario en calzado Ardipiels; ayudaba a marcar los números y modelos de los zapatos, luego los empacaba en bolsas transparentes y con su nieto Sebastián de 5 años, entre juegos y risas, los acomodamos como tetris en las cajas, para que don Mario los llevará con su nieta Valentina, a vender a la feria comercial navideña, que estaba por temporada, en el parque central del Restrepo.
Aunque se pueden comprar los zapatos listos para calzar, quizás la manera más antigua y tradicional, que sigue vigente hasta hoy, es la conocida como “CALZADO SOBRE MEDIDA”. Se pueden mandar hacer todos los pares de zapatos que se quieran, como uno se lo imagina, con el color, la talla, el diseño y la forma, bien perchos.
Si usted quiere unos zapatos bien estilosos, puede visitar a don Silvio, además de ser nuestro amigo, es un gran zapatero, él aprendió el arte desde niño con su familia en el barrio las Cruces, trabajó en Venezuela y desde hace muchos muchosss años vive al frente del Parque de la Valvanera, en donde fabrica infinidad de modelos de zapatos. Usted le lleva una foto impresa del zapato que quiere mandar hacer, él le mide el pie y luego los fábrica de la manera tradicional.
Él nos ha fabricado los zapatos más chéveres del mundo. Primero, le hizo a mi hermano una adaptación de botas para moto, le hizo unas brahma a Juan, le hizo botines de diseños distintos a todas mis tías, les hizo unos tenis unicos a mi papá, le hizo las sandalias a Claudia y a mi me hizo una réplica de botas en cuero riviera color vinotinto, negras y doradas, le quedaron tan bonitas, que ha reproducido las mismas botas a mi mamá y a varias amigas.
Hay muchos fabricantes que trabajan el calzado sobre medida, otros los fabrican en talleres o fábricas para ser vendidos en almacenes propios, de distribuidores, en calles, mercados o ferias de diferentes pueblos y hasta en Bucaramanga (la ciudad insigna del calzado). Sin embargo, en todas estas formas de comprar y vender zapatos hay un práctica muyyy importante, los zapatos son hechos a mano, algunos artesanales, otros semi industriales pero con procesos manuales, que implican unos saberes y técnicas especializadas, que no se aprenden en ninguna universidad, ni de la noche a la mañana!
Estos conocimientos son únicos, requieren habilidad, se perfeccionan en la práctica, haciendo muchos pares como algunos de tus/sus zapatos.
Por eso es tan valioso que usted venga y compre sus zapatos en el Restrepo o le compre a fabricantes de talleres artesanales. Si le queda muy lejos venir, igual puede buscar los talleres o fábricas de calzado artesanales que le queden más cerca a su barrio o a su ciudad.
EPISODIO 5: Más allá de nuestros zapatos
NARRACIÓN: El barrio Restrepo es conocido históricamente por la venta de zapatos y productos de marroquinería. Mucha gente tiene buenos recuerdos o anécdotas del barrio relacionados con el calzado, convirtiéndo el Restrepo en una referencia espacial y cultural en Bogotá, y porqué no decirlo, hasta de Colombia. Don Isaias quien tiene una remontadora de calzado en el barrio El Paraíso, una vez me decía “de zapatos, lo que usted no consigue en el Restrepo, no lo consigue en ninguna parte”. Aquí nace y florece el arte de la zapatería, están los insumos, los talleres, las fábricas, los oficios, los saberes, los almacenes, las mujeres y los hombres que hacen nuestros zapatos.
Fabricar y comercializar calzado, ha permitido el sustento económico a muchas familias, quienes por generaciones han podido resistir, garantizar sus derechos y a la vez aportar a la economía local del barrio y de la ciudad. ¿Qué sería de Bogotá y del Restrepo si no estuviera vivo el arte de la zapatería?
Esta práctica de trabajo cotidiano, construye una identidad cultural alrededor del calzado. Los oficios especializados para la producción tradicional manual, que se aprenden en familia o en parche; el uso del lenguaje propio y la forma de vivir, de sentir y caminar la ciudad; son la herencia y uno de los regalos más valiosos que nos han dejado nuestras abuelas y abuelos zapateros.
Los zapatos aportan a nuestra imagen e identidad personal, nos hacen sentir más pintosos, me atrevería a decir que son un símbolo de vida y de movimiento constante.
Existen monumentos en forma de zapatos, por ejemplo, en el Restrepo sobre el separador de la Diagonal 14, hay un zapato rojo gigante. Pero también los zapatos pueden estar relacionados a memorias de dolor, a desaparición, a muerte y a la búsqueda de seres queridos que han sido víctimas en el conflicto armado colombiano.
La plaza de Bolívar se ha calzado con muchos zapatos, para protestar en contra de esa guerra, pero también los zapatos también han sido usados para sensibilizar acerca de la migración y los riesgos que se sufren al caminar por las fronteras durante meses enteros.
Los zapatos son indispensables para caminar por las calles, las montañas y selvas, ¡mejor dicho, los zapatos ya hacen parte de nuestra vida! y aunque no llevemos la cuenta de cuántos zapatos hemos usado por años, siempre algún par nos acompaña en las travesías diarias y las nuevas aventuras.
Así como hay tantos estilos, colores y formas de zapatos, también tienen historias, andanzas y recorridos. El calzado tiene diferentes usos y adquiere varios significados, haciendo parte de las memorias de vida personales y colectivas. En el Restrepo se fabrican y venden “ZAPATOS PARA DEJAR HUELLAS AL CAMINAR”...
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