Asómate a la ventana
La memoria siempre tiende a tergiversar los recuerdos, llenando los agujeros con eventos presentes. Ahora la ciudad es diferente, un recuerdo. Los 24 edificios en los que funcionaban las bibliotecas están cerrados, las 91 estructuras con forma de P en las que se hablaba de libros y la vida cotidiana, también. En estos espacios pensados para las historias, la lectura en voz alta fue reemplazada por el silencio, la ausencia. Eso pasa en los edificios, pero las bibliotecas son más que estructuras, son sus usuarios y lo que ellos generan. El silencio de la edificación se reemplazó por el sonido de la gente -otro sonido- siendo la biblioteca en la distancia, desde sus casas.
De repente algo se escucha, no suena fuerte ni todos lo oyen, pero está ahí, en la calle, en el parque, en la cuadra. Pocas veces a la semana y por un tiempo limitado, la voz de Alejandra Lozano rompe el silencio. Desde el BibloMóvil, un vehículo con libros que se convierte en tarima, y acompañada por un violonchelo y un trombón interpretados por miembros de los grupos de Cámara de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Alejandra lee. Acompasa las palabras al ritmo de la música mientras motiva a los vecinos a asomarse a la ventana. A salir de la monotonía de su casa para ver y oír el exterior.
Don Miguel y Doña Aurora disfrutan volver en el tiempo una vez al día, se escucha a Alejandra leyendo uno de los relatos Bogotá en 100 palabras. Volver a una Bogotá sin cuarentena, a un mundo sin pandemia, al recuerdo de un ser querido, de un abrazo o de una calle. Volver durante unos segundos a un tiempo diferente.
Alejandra no está sola, en épocas tan particulares las entidades del sector cultural acompañan a los bogotanos en sus hogares con obras de teatro en formatos pequeños, danza, música con serenatas de tríos, cuartetos y lecturas. Una compañía que rompe el silencio y la monotonía y vuelve los ojos a la ventana, a la ciudad y sus habitantes.
Alejandra lee historia de otros, historias de ciudad. Como la de un optimista crónico que parece vivir en las nubes y recicla sombrillas, o la de personas que se encuentran bajo la lluvia. A través de los textos, la música y su voz, Bogotá se siente diferente, por un momento la pandemia queda atrás y surge un globo de nieve, una Bogotá chiquita en pleno invierno, una ciudad de distancias infinitas, de laberintos azarosos construidos con calles trajinadas, con rostros multiétnicos, con coloridas puertas, con cerros envolventes y sueños inalcanzables. Una ciudad invadida por vampiros que les gusta el tamal, que llora todo el tiempo, digo, que llueve todo el tiempo y digo llora porque yo también lluevo y nos la pasamos escampándonos juntos. Que se moja y seca con sus habitantes.
Quizá leer en la calle, con micrófono en mano, al ritmo de dos instrumentos musicales, no sirva para nada. Quizá sirva para que un recuerdo o una idea surja; o el tiempo, que no es igual en cuarentena, se acelere y su percepción se modifique. Quizá se puede ver el mundo más allá de las noticias, sentir la ciudad a través de las palabras y entender la realidad fuera de los muros. Vivir mirando al infinito a través de la ventana.
*Los textos en cursiva son fragmentos leídos en esta iniciativa que hacen parte de la primera edición del concurso de cuento Bogotá en 100 palabras