Don Lázaro y una vida dedicada a la cultura
En la Biblioteca Pública Fontibón la vida pasa con tranquilidad y se sale de ella con conocimientos. Eso es lo que piensa Lázaro Herrán Suárez o “don Lázaro”, como le dicen los funcionarios de esta biblioteca, en la que él ha podido encauzar a su nieto, desde muy pequeño, en el mundo de los libros. Su historia con este sitio comenzó en La Giralda y continúa en lo que era la antigua estación de Bomberos, un edificio ubicado en la plaza fundacional declarado como patrimonio arquitectónico y cultural de Fontibón.
Para llegar hasta allí, él tuvo un largo trasegar en el sector público siendo funcionario del ICFES, del Ministerio de Transporte y duró casi dos décadas en la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá. Hace casi una década, don Lázaro encontró un nuevo refugio en la Biblioteca Pública La Giralda. Recién se había jubilado y se enteró de este espacio de BibloRed, al escuchar a su estilista sobre un curso que realizó en un espacio de lectura.
“Fui y me presenté. Les dije que apenas llegaba a la localidad. Necesitaba buscar cosas qué hacer y como salía del sector de cultura, quería seguir vinculado a las actividades culturales. Me recibieron muy bien, me dijeron que viniera cuando quisiera y me empecé a vincular al Café Literario de los viernes… Hoy lo llamamos Tertulia, terapia y café”, expresó don Lázaro.
Su historial con los espacios culturales va mucho más atrás de haberse convertido en funcionario público. Creció en el barrio Quiroga, del que recalca la presencia de dos parroquias. Sin embargo, recuerda que cuando era niño, la Biblioteca Luis Ángel Arango era la única a la que podía ir y hacer filas para realizar sus tareas.
Uno de los espacios del hogar que más curiosidad le generaba de niño era la biblioteca, el mueble de puertas de vidrio con llaves en el que su padre guardaba una amplia colección de libros. Entre los que más le llamaron la atención estaba ‘Guerra y la paz’ de Tolstói, aunque no se atrevía a tomar alguno. Más adelante, su padre compró los tomos completos de la ‘Enciclopedia Estudiantil’ de 1961 y se suscribió al Círculo de Lectores. De la época también rememora los cursos por correspondencia, que hoy equivaldrían a cursos virtuales.
“Mi papá era una persona muy letrada, un cachaco de pura cepa, de los que hablaban con el ‘ala’. Usaba sombrero y paraguas en la Bogotá de los 50. También escribía y todavía tengo escritos de él. Mi abuelo y bisabuelo también escribían”, apunta don Lázaro.
Su vena artística también se nutrió por el lado materno, pues tenía una tía que tocaba el piano, otra que bailaba el ballet y una más que pintaba. No obstante, su primera profesión soñada era la medicina, se presentó a la Universidad Nacional, pero no pasó. Volvió a intentarlo con veterinaria, pero ese año hubo un fraude y se anularon los exámenes.
Aunque su papá trabajaba incansablemente, le era imposible pagar la universidad de seis hermanos. Tras sus intentos fallidos en medicina y veterinaria, él intentó con la publicidad, campo al que llegó fortuitamente. “Me llamó un compañero del colegio que comenzó a estudiar en la Tadeo y me dijo que la publicidad era chévere. Yo ganaba concursos de carteleras en el colegio y me inventaba vainas raras para hacerlas llamativas. Me consideraba creativo y la publicidad era pura creatividad”, explica don Lázaro.
Así fue como se presentó, recibió la ayuda de su papá para el primer semestre y el resto de la carrera la pagó trabajando con la ayuda de un crédito en el Icetex. Cuando comenzó en el mundo laboral, él siguió nutriéndose de arte perteneciendo a diferentes coros y aprovechando cada día laboral su hora de almuerzo para ir a la sala de música de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Allí escuchaba música clásica, de la India o del Congo. Así continuó hasta que se pensionó, y el destino quiso que su estilista le hablara de aquel espacio literario en La Giralda.
A sus 70 años, don Lázaro ya no necesita tomar un bus para poder asistir a una biblioteca como cuando era niño. Recuerda anécdotas de esa infancia en la que le decían el “Sueco” por su cabello rubio y ojos azules, vuelve a resaltar su barrio Quiroga, el mismo de dos parroquias. Ahora está convencido de que cada barrio, además de una parroquia, también debería tener una o más bibliotecas.
Sobre el rol de su madre él relata: “En los años 50 y 60, cuando ella llenaba algún formulario, colocaba en profesión hogar. Un trabajo duro y tenaz porque imagínese criar seis hijos”.
“Con el bombardeo de las redes sociales, la juventud apunta hacia otras metas. El hecho de que exista una biblioteca por barrio trae más a esa juventud a la lectura y la escritura… El concepto de biblioteca no es el de hace muchos años. Ahora es un espacio de integración para la localidad. Aquí descanso e interactúo con la gente, que es importante a mi edad. Los adultos mayores sí debemos estar metidos en redes sociales, pero no las que hay hoy en día, sino las de relaciones sociales y amistades”, recalca don Lázaro.
Antes de irse de la Biblioteca Pública Fontibón, don Lázaro mira hacia la Sala infantil, celebra que haya niños jugando y espera que en unos 20 años -cuando todavía exista esta publicación- esos pequeños puedan leer su historia y tener sentido de pertenencia por el espacio. “En el futuro les diría que no dejen de leer e investigar, que este espacio es de ellos para que aprendan cosas, se diviertan y desarrollen su personalidad”, apostilla.