Una entrevista con Natalia García Freire autora que nos acompañará durante La Vuelta, II Feria Nacional de Editoriales Independientes 2022
Por Sergio Alzate
En una cordillera cruel, tan cruel como un puñal afilado en el fuego, se enquista un pueblo: Cocuán. Una pesadilla en medio de la cual un grupo de personas trazó calles, aplastó la tierra, construyó casas, erigió una iglesia y fundó un poblado con el aire enrarecido de lo que siempre está a punto de derrumbarse. Y a ese caldo oscuro, a esa neblina escalofriante sus habitantes llamaron hogar y echaron raíces: se casaron, tuvieron hijos, sus hijos tuvieron hijos, hasta poblar las laderas y los abismos circundantes. Pacientes, sumisos, mecánicos vivieron así, hasta que un día, sin aviso, sin saberse por qué, casi la mitad de los habitantes de Cocuán desapareció sin que la otra mitad pudiera hacer nada.
De esto trata Trajiste contigo el viento, la segunda novela de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire. Este libro, publicado en Colombia por Himpar Editores, es la construcción de un pueblo ficticio (Cocuán) en el que cuestiones como la violencia, los cuerpos, la infancia y la pérdida de la inocencia se representan a través de las diferentes voces narrativas que cuentan e intentan comprender qué fue lo que sucedió con los habitantes desaparecidos. Pero, sobre todo, es un ejercicio de su propia autora que quería materializar a través de la escritura las pesadillas que no la dejaban dormir y la atormentaban por las noches. Una mirada a los ojos del terror, sin parpadear, con las pupilas dilatadas y con el lenguaje y la literatura por toda arma y defensa.
El resultado es algo que recuerda a aquel concepto freudiano de unheimlich, que puede traducirse como “siniestro” u “ominoso”, y que, a su vez, es el antónimo del término heimlich: lo hogareño, lo conocido. Es decir, el terror no está en lo desconocido o externo. Es algo que surge de adentro, de los huesos mismos, de la carne propia, de una habitación familiar que un día tiene algo fuera de lugar y no podemos saber qué es, pero nos hace temblar y acelera el corazón.
Ese es el horror de Trajiste contigo el viento: los secretos a voces, la violencia murmurada, las dinámicas pasadas de generación a generación como leche materna. La normalización de la caída que nunca termina de caer, un abismo de Damocles que en cualquier momento puede (o no) romperte los huesos y partirte la cara.
Natalia García Freire participará en La Vuelta, II Feria Nacional de Editoriales Independientes. La presentación de su novela Trajiste contigo el viento se realizará el próximo 11 de diciembre, en la Biblioteca Pública Virgilio Barco a las 4:00 p.m. en el aula múltiple. Para hablar sobre su libro, estará conversando con la escritora y académica Susana Castellanos de Zubiría.
Cocuán es un pueblo oscuro, de pesadilla, un sitio que uno no quisiera visitar. ¿Cómo nació este sitio tan único?
Este es un pueblo literalmente de pesadilla: en general, tengo muchos problemas de sueño. Había dejado de escribir después de mi primera novela, quizá por un temor al lenguaje. Tenía una desconexión crónica con la escritura. No dormía nada y sentía pánico, ansiedad. En ese proceso estaba tomando un ansiolítico para poder dormir, cuya marca genérica se llama Coquan. Dormía más, pero era un sueño raro e intranquilo, con muchas imágenes espantosas. Un día, desperté y lo primero que vi fue el gotero que decía “Coquan”. En esos cincos segundos iniciales de vigilia, entendí que necesitaba poner en palabras ese sentimiento de que en mí había algo raro, una cosa, un espanto. Así, Cocuán se transformó también en la posibilidad de regresar a la escritura.
Al leer Trajiste contigo el viento es imposible no pensar en otros pueblos de la literatura, como Comala o Macondo. Incluso, lo imaginaba como el pueblo de la película Sátántangó de Béla Tarr [basada en la novela de László Krasznahorkai]… ¿Qué tanto hay de estos pueblos en Cocuán? ¿Y en qué se diferencian?
Para mí Comala, como lectora, es el territorio que sabes que está ahí, que has leído, que has habitado, que sabes cómo suena y cómo huele. Un sitio que es tremendamente importante para mí, como otro pueblo de Rulfo: Luvina. Sí, probablemente Comala sea un antecedente de Cocuán. En cambio, con Macondo siento una gran distancia, porque es el Génesis mientras que Cocuán está más cerca del Apocalipsis. En el pueblo de García Márquez hay una voluntad de vida, mientras que en mi novela esto no sucede, porque es la narración de un fin, de una existencia colectiva sin esperanzas.
En cuanto a Sátántangó, me encanta el paralelismo, porque antes de escribir Trajiste contigo el viento leí la novela Tango Satánico de László Krasznahorkai. Para mí ese libro fue la perfección. Yo decía “madre mía, esto es lo mejor que he leído en mucho tiempo”. Sobre todo porque habla de lugares que son como umbrales, que tienen algo fétido, que describen un derrumbe inminente. Hay otro lugar que siempre estuvo en el nacimiento de Cocuán: Twin Peaks, que también es otro umbral entre la realidad y la fantasía, la realidad y el terror, la realidad y la pesadilla.
Hay una etiqueta que curiosamente se usa para hablar de Trajiste contigo el viento: realismo mágico. No estoy de acuerdo, no creo que sea realismo mágico lo que haces allí, sobre todo por el peso machista y exotizante que tiene el término. ¿Qué opinas de la utilización de esta etiqueta para tu literatura?
Yo tengo un problema en general con cualquier etiqueta. Otra etiqueta que también se ha usado mucho para describir mis libros es “gótico andino”. Lo problemático es que son miradas que agrupan y reducen. El realismo mágico es una denominación comercial y para vender es necesario simplificar las cosas a su mínima expresión. Me parece que es una mirada muy externa y alejada de quien escribe. Yo nunca me senté a escribir pensando “voy a escribir realismo mágico”, sino que quería hacer una investigación del lenguaje y de la literatura misma. Y si hablamos de la relación entre realismo mágico y el ‘Boom’, me ha parecido siempre más una relación que se forjó allá, lejos, sobre la literatura de acá, de Latinoamérica. Así que no, no siento que estoy ahí, en esa etiqueta. Y creo que es necesario que como autores critiquemos y cuestionemos el por qué nos agrupan como lo hacen, porque son cuestiones que no responden al interior del proceso de la escritura, sino que vienen y se imponen desde otros lados.
Esta es una novela con una atmósfera muy opresiva y oscura. Algo que parece ir en contra del mercado editorial, que actualmente valora las historias con destellos de luz y esperanza así hablen de temas oscuros. ¿Cómo fue construir esta oscuridad y por qué apostar por esta estética?
En esto influyó un momento vital, en el que no era capaz de escribir otra cosa. El lenguaje y las imágenes que me habitaban en ese momento eran oscuros. Y me pasó que cuando tuve el primer borrador de la novela, luego de enviárselo a varias personas para comentarios, un amigo me dijo que era demasiado oscuro. Otra persona me aconsejó aterrizarlo más, hacerlo un libro que diera más respuestas. Yo tenía este debate, porque era mi segunda novela y hay este sentir de “si leyeron tu primera novela, asegúrate que lean la segunda”.
Al final lo que hice fue intentar no escuchar nada de eso, sino seguir mi instinto. Porque al escribir uno siempre tiene una pregunta inicial. En Cocuán para mí la cuestión fundamental era “cómo construir un lugar que se sienta como tu pesadilla”. Así que debía responder de la forma más honesta posible: es oscuro, es oscuro, no puede ser otra cosa. Las historias para mí son una cosa arqueológica, de excavar y encontrar. Y en esa excavación lo que revelaba era la oscuridad: de los personajes, del lenguaje, de la violencia, del mundo.
Si existe algún tipo de luz en esta novela, sería el lenguaje: imágenes bellas, metáforas hermosas. ¿Por qué usar palabras bellas para describir la fealdad?
Quizá tiene que ver con una mirada que viene de la infancia, que sigue estando muy presente en mí. Cuando uno es niño, hay cosas horrorosas sucediendo alrededor, pero que son normalizadas y uno sigue en la infancia. Sin embargo, yo quería aprender a nombrar la fealdad, lo repugnante. Lo cual me exigía estar reconstruyendo lo feo y repugnante todo el tiempo, para poder darle un nombre, una palabra exacta. Hay un recuerdo que puede explicarlo: de niña sacaba la cabeza en el auto de mi abuelo y abría la boca, para que se me llenara de aire.
Tragaba tanto pero tanto aire, que me descompensaba y vomitaba. La sensación de vomitar es horrible, de las peores. Pero lo volvía a hacer para nombrar esa cosa que no era normal, pero a la que yo me acercaba. Así es mi escritura: una confrontación para poner en palabras lo que es feo, repugnante, horroroso y buscarle su lugar en el lenguaje. Como si fuera una niña que odia tocar una babosa, pero no puede evitar hacerlo.
Trajiste contigo el viento está construido con una pluralidad de voces, que son las de los habitantes de Cocuán. Entre ellas hay voces adultas, pero también infantiles (más cercanas a Rosemary's baby que a Rugrats). ¿Cómo fue construir estas distintas voces? Y, sobre todo, ¿cómo fue la creación de las voces infantiles?
Para mí era muy importante que todas las voces de Cocuán tuvieran un reverso animal. Es decir, que más allá de una característica física hubiera un sonido. Por ejemplo, Carmen es como escuchar balar a un venado: algo suave, pero salvaje que no admite la cercanía. Agustina es un pajarraco que no se calla, desesperante. Para mí era importante entender esos sonidos y sus ritmos. Y los personajes infantiles siempre me han interesado por mi propia experiencia. Tuve muchas conversaciones con mis hermanas, para entender la fundación de muchas cosas: el caos, lo bello, la violencia, la oscuridad, la luz.
Por ejemplo, Ezequiel fue una voz muy problemática porque era una parte mía, muy oscura, que yo rechazo desde pequeña, porque la gente percibía de mí que era la buena, la tranquila, la callada. Y Ezequiel era una manera de ver al pequeño monstruo interior a los ojos. Porque las voces infantiles no tienen que ver con la inocencia. Hay esta tendencia a idealizar a los niños, como una etapa en la que no entiendes nada. Y no: procesas y pones lenguaje a todo, sea bello o feo.
Para Colombia y Latinoamérica el tema de las desapariciones es transversal. ¿Por qué hablar de este tema? ¿Qué te interesaba de él?
Yo vivo en la sierra ecuatoriana, por lo cual la presencia de la violencia no es tan fuerte como en otros lados, por ejemplo, como en Guayaquil. Acá la violencia es más silenciosa, oculta. Era muy común tener a alguien mal de la cabeza en la familia que la misma familia esconde. Una desaparición simbólica de alguien que existe y no existe al mismo tiempo. Yo tenía una vecina con dos hijas que nunca nos dejaba entrar a su casa, porque una hija tenía una discapacidad cognitiva y la mantenían escondida para que nadie la viera. Pero hay otras formas de desaparecer, de no estar.
De niña yo quería mucho a una tía, que murió de repente. Pero a los niños no nos decían que había muerto, sino que se había ido. Y luego que había desaparecido, así estuviera muerta y todos los adultos lo supieran. Luego, murió otro tío y lo mismo sucedió: simulemos que nadie ha muerto. Y una prima cercana y yo creamos una fantasía infantil: que mis tíos se estaban escondiendo en el jardín de mi abuela, así que teníamos que encontrarlos porque no sabíamos que habían muerto. Y al escribir Cocuán surgió esa idea de buscar a quien ya no está, porque se relaciona mucho con la violencia del lugar donde yo vivo [Cuenca]: simbólica, secreta, religiosa, muda.
Esto que dices me recuerda el inicio de Drácula de Bram Stoker, que tiene todo un asunto de la anticipación de la violencia: a pesar de que no se le ve, hay algo mal, hay un cerco violento, se palpa la amenaza…
Se habla mucho de la violencia, como algo que se puede elegir experimentar o no experimentar. Pero esto es una cosa que se mueve a su propio ritmo, casi que como el viento. Es una cosa que circula, que crece, que nos toca a todos, pero que ninguno de nosotros elige. La violencia puede estar agazapada y explotar en una sociedad o en un individuo. Al hablar de esto también hablamos de sistemas de vida precarios e injustos, que originan lugares con dolores reprimidos.
¿Qué significa para ti la edición independiente? Tanto como autora como lectora.
Para mí la edición independiente siempre será el lugar en el que se apuesta y genera la nueva literatura. Allí, muchas veces, llegan esas voces que en las editoriales grandes no se arriesgan. Lo independiente es un paisaje que ebulle, un volcán, el centro de la tierra que está a punto de explotar. Para mí es donde habitan el riesgo y las personas que le ponen cuerpo, alma, cansancio. Pero al mismo tiempo la edición independiente es donde se crea de manera colectiva, como un gremio articulado que se habla con toda la cadena del libro: editoriales, librerías, reseñistas independientes. Esto es una manera de oponerse a un sistema que opera de manera individual, cuyo único interés son las ganancias.