Cristina Silva llegó hace cinco años de Medellín a Bogotá para coordinar la Biblioteca Pública La Peña. Afirma que desde siempre su vocación ha sido el trabajo desde lo público, en los territorios y en las comunidades
En el 2007 los líderes del barrio La Peña, la Junta de Acción Comunal y la Alcaldía Local de Santa Fe propiciaron un lugar que la comunidad estaba anhelado: Una biblioteca. El propósito inicial era transformar un espacio donde ocurrían hechos violentos que estaban marcando a las niñas y niños del barrio. Las personas, un poco angustiadas por los hechos, solicitaron la construcción de un espacio cultural en el terreno. Así nació el 29 de mayo del 2007 la Biblioteca que lleva el nombre del barrio donde se ubica.
En medio de una curva entre la calle quinta y la carrera séptima este, se visualiza grande un letrero azul rey que anuncia en mayúsculas “Biblioteca Pública La Peña”. Tiene pocos vecinos, está rodeada de un potrero donde van a pastar las vacas y es un mirador a la ciudad de Bogotá. Por lo general los barrios que quedan hacia los cerros, sobre todo del centro al sur, son barrios marginados que históricamente han sido estigmatizados por la situación de violencia. No obstante, poco se resalta el trabajo comunitario y colectivo, como los diferentes grupos juveniles, teatrales y musicales que desde el arte resaltan y transforman el imaginario negativo que existe sobre barrios como “Los Laches” “La Peña” y “Egipto”, entre otros.
Cristina habla con calma pero con firmeza mientras explica que para la Biblioteca es muy importante hablar del territorio y el medio ambiente como ejes fundamentales del trabajo. En ese sentido, sonríe al mencionar que la Biblioteca se ha encargado de ayudar a darle otra imagen a la zona y que el grupo de caminantes, con el que recorre los cerros orientales, ha sido una excusa para que la Biblioteca haga parte del cambio y no se constituya en solo cuatro paredes de un edificio, sino que pueda ser un organismo vivo que haga parte de la comunidad. También es muy enfática al mencionar que sigue siendo un reto pensar cuál es el deber ser con la comunidad y cuáles servicios se relacionan directamente con los habitantes del territorio, porque aunque reconoce que hace parte de una Red de Bibliotecas Públicas, piensa que no todos los territorios obedecen a los mismos contextos.
Aunque La Peña es un barrio cercano al centro de la ciudad, la oferta cultural se limita a la figura de la Biblioteca. En articulaciones con el Museo de Bogotá, la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (FUGA) y el Teatro Jorge Eliécer Gaitán siempre hay un enlace para que las ofertas lleguen a los barrios, pensando en lo que realmente desean los pobladores. Al estar en constante movimiento por el territorio en conversaciones con la gente, ha logrado que fuera de la Biblioteca también sucedan cosas. A esto se suma que algunas de las personas que trabajan en la Biblioteca viven en el territorio, lo que hace que los pobladores se sientan más familiarizados con este espacio y no lo perciban como un lugar donde personas externas toman decisiones sobre su comunidad. “Las bibliotecas no estamos ahí para salvar al mundo, pero siento que sí ayudamos a que la vida de las personas sea menos desigual, que haya más tejido social, que haya más trabajo comunitario y colectivo. Creo que las bibliotecas sí ayudamos a cambiar el mundo” Afirma Cristina.
Del ejercicio de escuchar a la comunidad nació la huerta. Al percibir que la zona donde se ubica la Biblioteca aún es muy rural y que la gente todavía vive de dinámicas como la agricultura, se pensó en la necesidad de conservar esos saberes. No obstante, fue una idea que se había quedado sin hacerse realidad.
Cuando Cristina llegó a coordinar la Biblioteca conoció la iniciativa y se dio cuenta de que los abuelos eran los más motivados a traer semillas. Así que pensando en la soberanía y la seguridad alimentaria, objetivos de desarrollo sostenible, consideró un fortalecimiento de la huerta y una siembra de semillas limpias y nativas, creando así una Biblioteca de semillas en articulación con la Red de Huerteros del Centro y el Jardín Botánico, con quienes intercambian semillas natales de Cundinamarca y Boyacá.
Además, después de conocer por parte de la agrupación Fanzaquía la crisis ambiental frente a las abejas, consideraron trabajar unidos para crear una huerta polinizadora, con un ecosistema propicio para brindar polen a las abejas, los insectos y las aves polinizadoras, y de esa forma contribuir a la crisis de las desapariciones de panales.
Cuando en la Biblioteca estuvieron seguros de contar con un espacio que se podía aprovechar para vincular a otras personas con el proceso de agricultura urbana, no dudaron en impulsar de manera novedosa una idea colectiva y de ayuda barrial para mitigar el hambre. Adicionalmente, para los abuelos el espacio de la huerta se convirtió en un laboratorio, lugar de práctica y aprendizaje. “¡Qué mejor lugar que las bibliotecas para generar conciencia!. Aquí también polinizamos las mentes, no solo los libros. Lo que buscamos es generar conciencia”, enfatiza.