Cabezote: Concurso de cuento corto Biblioteca Cárcel Distrital. Un experimento equivocado. Pabellón, autonomía.
Narración: Era el año 1999, cerca de la frontera con Brasil, donde existió una cárcel en el medio de la selva amazónica llamada Distrito Rojo. Las cosas que se murmuraban de este lugar ponían los pelos de punta a cualquiera que fuera llevado allí. Como toda cárcel lejana, carecía de poca guardia.
Habían 500 reclusos y la guardia manejaba 15 custodios y ellos no se exponían. Todo era manejado electrónicamente. Las puertas de cada ala se cerraban a las siete de la noche, no existía el conteo. Lo único que se sabía es que a ese lugar se entraba, pero jamás se salía.
La mayoría de los presos tenían rangos de asesinos, psicópatas, contrabandistas y científicos con grandes desórdenes mentales. Hombres que realmente no volverían a recuperar su libertad. Parecía que estuvieran en el mismo infierno.
Don Stanford tenía el rango de mayor y sobre él estaba la responsabilidad de la cárcel. Existían pequeños grupos étnicos. Los afroamericanos que mandaban en el ala sur, asesinos a sangre fría y cualquiera que los irrespetara moriría lentamente en sus oscuras celdas. Estaban en el ala oriente las cabezas rapadas, psicópatas llenos de tatuajes por todo su cuerpo con simbología nazi.
El que se atreviera a molestarlos irá llevado hacia la doncella de hierro, un artefacto con forma de mujer pero que en su interior estaba lleno de puntillas afiladas y al ser cerrado causaba una muerte lenta y dolorosa. En el ala occidente estaban los inmigrantes, gente de todos los lugares del planeta. Traficaban con órganos para vender en el mercado negro a un jugoso precio. A sus enemigos les iba muy mal, ya que abrían sus estómagos y los obligaban a correr amarrados de las manos mientras su tripaje salía por todos lados. Una muerte realmente asquerosa.
En el ala norte estaban los más horripilantes seres que existían. A pesar de que eran científicos respetados tenían su lado oscuro. Les gustaba experimentar con cualquier cosa que se moviera. Se contaban los pasillos de un ser de 3 metros apodado como el aplastacráneo. Todo era tranquilo y cada clan sabía hasta donde llegar y hasta donde no. Pero eso iba a cambiar. Ya que los científicos querían probar su nueva creación. Una fórmula que al que se la inyectara lo transformara en un ser con fuerza excesiva. El único problema era que no tenían con quién experimentar, así que entrada la noche decidieron poner un señuelo a una cabeza rapada. Un libro donde se contemplaba la figura del Führer que se titulaba la gran promesa. Faltaban cinco minutos para las siete de la noche. Ya casi cerrarían las puertas de la prisión. Pero este nazi decidió ir a fumar.
Lo que sería su último cigarrillo en la esquina equivocada. Al contemplar el libro,
miró a todos lados y no había nadie. Se agachó para recogerlo y en ese momento tres científicos lo arrebataron, poniendo en su nariz un vapor que lo hizo perder el conocimiento instantáneamente.
Ya en su guarida, amarraron al chico en una silla con muchas agujas y tubos a su alrededor.
Era la hora de probar la fórmula en su conejillo de indias. Alando una palanca, el líquido comenzó a adherirse en las venas del pobre nazi. Este empezó a convulsionar y sus
ojos se tornaron blancos. Todo iba a la perfección. Pero al frente del laboratorio y no tras, totalmente oscura, estaba la aplasta cráneos encerrado. Al observar lo que ocurría, a su mente llegó un recuerdo tormentoso cuando él estaba experimentando ese dolor y de repente lo rodeó de un aire en todo su cerro. Deseaba acabar con la vida de esos científicos que le habían causado tanto daño. Un grito aterrador espantó el silencio que había allí. De repente la puerta chocó contra la reja del laboratorio. El monstruo de un solo patadón derribó la puerta. Ahora era libre y no iba a descansar hasta vengarse. Los tres científicos aterrorizados le lanzaban sillas, botellas, palos, todo lo que estuviera a su alcance. Pero al monstruo no le afectaba esto.
Todo parecía perdido. Entonces, sin más alternativo, con un control que manejaba una gran cantidad de voltaje lograron paralizarlo. Pero esto lo enfureció más y dentro de su cuerpo logró destruir el dispositivo que le transmitía corriente. Los tres científicos
murieron con los huesos destrozados. Los demás trataron de huir, pero la puerta del ala norte estaba cerrada. Era espantoso escuchar los lamentos de estas personas, toda la cárcel estaba en suspenso y Stanford preparaba su compañía por si todo se salía de control. Bajaron al patio armados hasta los dientes. Lo que no sabían era que había una gran bestia fuera de control.
Algunos científicos lograron esconderse y otros no tuvieron la misma suerte. El monstruo, ya en la puerta principal, trataba de derribarla, pues su sed de venganza no paraba. Stanford, al ver la situación, quedó paralizado, porque al frente de él estaba esa gran bestia que nunca había visto. No tuvo más alternativa que prepararse para disparar, ya que la puerta estaba a punto de caer. Grito el mayor. Los sonidos de las balas eran ensordecedores, pero al fin la bestia cayó, llevándose consigo la puerta hasta el suelo. Se oyeron varios gritos de victoria, eran los demás presos al contemplar la derrota del monstruo. La noche aterradora parecía llegar a su fin. Pero lo que Stanford y su compañía no sabían era que un nuevo ser estaba a punto de despertar.
Quinta versión, Liternautas 2021, Liternautas 2021. Esta es una producción para Radio Galena de la Biblioteca Cárcel Distrital, de la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá.
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Cabezote: Concurso de cuento corto Biblioteca Cárcel Distrital. Mamba, cuento finalista del concurso de cuento corto, cárcel distrital, año 2018.
Narración: Un amigo del colegio la puso en mi camino siendo aún un niño. Al principio me pareció exótica, apenas interesante y no le presté mucha importancia. Creí que era una especie más entre todas y que iba a ser efímera y pasajera. Pensé que la dominaría, pero estaba equivocado. Era más experimentada que yo, le tenía mucho respeto, hasta le temía, pero los encuentros cada vez más frecuentes con ella hicieron que le cogiera confianza y me fui obsesionando hasta el punto de dejarlo todo por ella. Mi experiencia con ella lo era todo para mí.
Me subía al cielo y me bajaba, afinaba y atizaba mis sentidos, sufría de pánico y gozaba, todo al mismo tiempo. Cuando su veneno penetraba en mi cuerpo experimentaba un espectro de sensaciones indescriptibles. Justo antes de cumplir la mayoría de edad, abandoné el colegio, mi familia, mis amigos.
Me fui de la casa de mis padres, únicamente por estar con ella sin ninguna restricción. Me convertía en una persona amargada, uraña y pretenciosa cuando no estaba con ella. En cambio, yo a ella nunca le importé, no le interesó mi apariencia física, ni lo que yo sentía por ella.
Yo le era completamente indiferente, pero me aceptaba y me daba placera si estuviera barbado, despeinado, sucio, harapiento o maloliente. En cambio, yo la quería solo para mí. Me despojé de todo porque mi único apego en mi vida era ella. Mi necesidad por ella llegó a no tener límite. Por ella, me arrastré por las calles a recoger colillas de cigarrillos sin importar quién las arrojara para copiar sus cenizas.
Viví debajo de un puente, urgué en los basureros en busca de algo de comer, robé, mendigué, y lo más grave, me despojé de lo poco que me quedaba de dignidad. Ella llegó a ser mi reina y yo su esclavo serví.
Mi relación con ella duró más de veinte años hasta que un día, con la poca conciencia que me quedaba, llegó el milagro y me dije a mí mismo, no más, me costó mucho tiempo y esfuerzo dejarla, despojarme de ella para volver a encontrarme con todo lo que había dejado atrás y sobre todo conmigo mismo.
El proceso de sanación fue lento pero avanzó con determinación. Ella dejó cicatrices imborrables en mi cuerpo, en mi corazón y en mi conciencia.
Hoy, cinco años después de haberla dejado, tengo el valor y la fortuna de contar esta historia. Me aparté de ella para siempre y hoy la recuerdo con miedo y escozor. Las heridas que me causó son razones suficientes para nunca volver con ella y para aconsejarle a alguien que nunca dé el primer paso para hacer cárceles porque será conducido a una muerte súbita. Ella es más peligrosa que la letal serpiente africana.
Hoy recuerdo con escalofrío que algún día Mamba fue para mí mi amada bazuca.